Horkheimer – Razão Instrumental

Crítica da Razão Instrumental

Más tarde el contenido de la razón se ve voluntariamente reducido al contorno de sólo una parte de ese contenido, al marco de uno solo de sus principios; lo particular viene a ocupar el sitio de lo general. Semejante tour de force en el ámbito intelectual va preparando el terreno para el dominio de la violencia en el ámbito de lo político. Al abandonar su autonomía, la razón se ha convertido en instrumento. En el aspecto formalista de la razón subjetiva, tal como lo destaca el positivismo, se ve acentuada su falta de relación con un contenido objetivo; en su aspecto instrumental, tal como lo destaca el pragmatismo, se ve acentuada su capitulación ante contenidos heterónomos. La razón aparece totalmente sujeta al proceso social. Su valor operativo, el papel que desempeña en el dominio sobre los hombres y la naturaleza, ha sido convertido en criterio exclusivo. Las nociones se redujeron a síntesis de síntomas comunes a varios ejemplares. Al caracterizar una similitud, las nociones liberan del esfuerzo de enumerar las cualidades y sirven así a una mejor organización del material del conocimiento. Vemos en ellas meras abreviaturas de los objetos particulares a los que se refieren. Todo uso que va más allá de la sintetización técnica de datos fácticos, que sirve de ayuda, se ve extirpado como una huella última de la superstición. Las nociones se han convertido en medios racionalizados, que no ofrecen resistencia, que ahorran trabajo. Es como si el pensar mismo se hubiese reducido al nivel de los procesos industriales sometiéndose a un plan exacto; dicho brevemente, como si se hubiese convertido en un componente fijo de la producción. Toynee6 ha señalado algunas de las consecuencias de este proceso con miras a la historiografía. Habla de la “tendencia del alfarero a convertirse en esclavo de su arcilla… En el mundo de la acción sabemos que resulta funesto tratar a animales o a seres humanos como si fuesen troncos o piedras. ¿Por qué habríamos de considerar como menos erróneo semejante tratamiento en el mundo de las ideas?”

Cuanto más automáticas y cuanto más instrumentalizadas se vuelven las ideas, tanto menos descubre uno en ellas la subsistencia de pensamientos con sentido propio. Se las tiene por cosas, por máquinas. El lenguaje, en el gigantesco aparato de producción de la sociedad moderna, se redujo a un instrumento entre otros. Toda frase que no constituye el equivalente de una operación dentro de ese aparato, se presenta ante el profano tan desprovista de significado como efectivamente debe serlo de acuerdo con los semánticos contemporáneos, según los cuales es la frase puramente simbólica y operacional, vale decir enteramente desprovista de sentido, la que denota un sentido. La significación aparece desplazada por la función o el efecto que tienen en el mundo las cosas y los sucesos. Las palabras, en la medida en que no se utilizan de un modo evidente con el fin de valorar probabilidades técnicamente relevantes o al servicio de otros fines prácticos, entre los que debe incluirse hasta el recreo, corren el peligro de hacerse sospechosas de ser pura cháchara, pues la verdad no es un fin en sí misma.

En la edad del relativismo, cuando hasta los niños conciben las ideas como anuncios publicitarios o como racionalizaciones, el miedo precisamente de que la lengua pudiera dar todavía albergue subrepticio a restos mitológicos ha otorgado a las palabras un nuevo carácter mitológico. Es cierto que las ideas han sido radicalmente funcionalizadas y que se considera al lenguaje como mero instrumento, ya para el almacenamiento y la comunicación de elementos intelectuales de la producción, ya para la conducción de las masas. Al mismo tiempo el lenguaje, por así decirlo, toma su venganza al recaer en su etapa mágica. Como en los días de la magia, cada palabra es considerada una peligrosa potencia capaz de destruir la sociedad, hecho por el cual debe responsabilizarse a quien la pronuncia. Por consiguiente, bajo el control social se ve muy menguada la aspiración a la verdad. Se declara nula la diferencia entre pensamiento y acción. Por lo tanto, se ve un acto en cada pensamiento; toda reflexión es una tesis y toda tesis una consigna. Cada cual debe responder de lo que dice o no dice. Cada cosa y cada uno de los hombres se presenta clasificado y provisto de un rótulo. La cualidad de ser humano, que excluye la identificación del individuo con una clase, es “metafísica” y no tiene lugar en la teoría epistemológica empirista. La gaveta en que un hombre es introducido circunscribe su destino. No bien un pensamiento o una palabra se hace instrumento, puede uno renunciar a “pensar” realmente algo al respecto, esto es, a ejecutar de conformidad los actos lógicos contenidos en su formulación verbal. Tal como a menudo y con justicia se ha sostenido, la ventaja de la matemática —el modelo de todo pensamiento neopositivista— consiste precisamente en esta “economía de pensamiento”. Se realizan complejas operaciones lógicas sin que realmente se efectúen todos los actos mentales en que se basan los símbolos matemáticos y lógicos. Semejante mecanización es un efecto esencial para la expansión de la industria; pero cuando se vuelve rasgo característico del intelecto, cuan do la misma razón se instrumentaliza, adopta una especie de materialidad y ceguera, se torna fetiche, entidad mágica, más aceptada que experimentada espiritualmente. ¿Cuáles son las consecuencias de la formalización de la razón? Nociones como las de justicia, igual dad, felicidad, tolerancia que, según dijimos, en siglos anteriores son consideradas inherentes a la razón o de pendientes de ella, han perdido sus raíces espirituales. Son todavía metas y fines, pero no hay ninguna instancia racional autorizada a otorgarles un valor y a vincularlas con una realidad objetiva. Aprobadas por venerables documentos históricos, pueden disfrutar todavía de cierto prestigio y algunas de ellas están contenidas en la leyes fundamentales de los países más grandes. Carecen, no obstante, de una confirmación por parte de la razón en su sentido moderno. ¿Quién podrá decir que alguno de estos ideales guarda un vínculo más estrecho con la verdad que contrario? Según la filosofía del intelectual moderno promedio, existe una sola autoridad, es decir, la ciencia, concebida como clasificación de hechos y cálculo de probabilidades. La afirmación de que la justicia y la libertad son de por sí mejores que la injusticia y la opresión, no es científicamente verificable y, por lo tanto, resulta inútil. En sí misma, suena tan desprovista de sentido como la afirmación de que el rojo es más bello que el azul o el huevo mejor que la leche.