Humberto Maturana Romesín & Bernhard Pörksen. Del Ser al Hacer. 2004

Pörksen: A las pocas páginas de su ensayo Biology of Cognition (que luego se harta famoso), encontramos una frase aparentemente inocente que me parece central para toda su obra: “Todo lo que es dicho”, podemos leer, “es dicho por un observador”. ¿Cómo hemos de entender esto?

Maturana: Lo dicho, bajo ninguna circunstancia puede ser separado del que lo dice; no existe ningún método verificable para establecer un nexo entre las propias afirmaciones y una realidad independiente del observador cuya existencia uno a lo mejor da por sentada. Nadie puede reclamar un acceso privilegiado a una verdad o realidad externa.

Pörksen: Sin embargo, existen innumerables personas que afirman que sus respectivas ideas son verdaderas y absolutamente válidas.

Maturana: Cierto. Pero el que piensa que sus supuestos son verdaderos en un sentido absoluto, comete un error decisivo: confunde creer con saber, se atribuye por lo tanto cualidades que como ser vivo simplemente no puede tener. Por supuesto que en nuestra cultura se ha hecho habitual separar entre el observador y lo observado, o entre sujeto y objeto, como si existiese una diferencia entre ambos, como si ambos estuviesen aparte. Si uno lo ve así, entonces necesita describir con mayor precisión la relación entre estas dos entidades percibidas como independientes. Yo en cambio afirmo que esta separación no nos Lleva a ningún lado y quiero mostrar qué parte tiene el observador en sus observaciones.

Pörksen: ¿Qué significa este enfoque para nuestra idea cotidiana de lo que es el conocimiento? Normalmente suponemos que allá afuera hay un mundo de objetos que determina lo que percibimos y describimos. Si uno toma en serio su frase clave ¿qué sucede con esta verdad externa?

Maturana: En este caso, la suposición de que esta realidad externa independiente de nosotros existe, parece una idea absurda y sin sentido: es absolutamente imposible de validar. Claro que hay diversos filósofos que creen que si bien esta realidad absoluta no es cognoscible, su existencia puede ser supuesta como dada. Estos no quieren renunciar a la certeza de un punto de referencia independiente del observador que existe allá afuera.

Pörksen: Kant ya distinguió entre una realidad absoluta, el ente en sí, y el mundo de los fenómenos; sólo éste estarla a nuestro alcance.

Maturana: ¿De dónde quiere saber uno que esta realidad absoluta existe, cuando uno parte precisamente de la imposibilidad de conocerla? Es un juego intelectual sin sentido, justamente porque sólo se puede hablar de esta realidad supuestamente in dependiente en dependencia de la propia persona. Pero si enfatizo que todo lo dicho es dicho por un observador, otra pregunta pasa a ser clave y cambia todo el sistema tradicional de hacer filosofía de la realidad, de la verdad y de la esencia del ser: ya no se trata de investigar un mundo exterior que se percibe y supone como ex terno y dado. Es el observador cuyas operaciones yo –operando como observador – quiero entender; es el lenguaje que yo – viviendo en el lenguaje – quiero explicar; es el lenguajear que yo – lenguajeando – quiero describir más precisamente. En resumidas cuentas: no existe una vista exterior de aquello que hay que explicar.

Pörksen: Si le sigo bien, la consecuencia inmediata de lo que me dice es que colapsa la oposición estricta de un mundo exterior y un sujeto cognoscente; por lo tanto la situación deriva a lo circular.

Maturana: Ese es el punto decisivo. El observador es el tema de investigación que tengo, es el objetivo de la investigación y a la vez – inevitablemente – el instrumento de investigación. De hecho, aquí se trata de una situación circular que suspende la clásica separación entre el observador y lo observado. Mi interés no apunta a la pregunta si realmente existe un mundo in dependiente del observador conocible para mí o para otro, sino que – sin ninguna hipótesis ontológica – utilizo al observador como punto de partida de mi propio pensar. Esta decisión se basa exclusivamente en mi curiosidad, en un interés por las preguntas vinculadas; no tengo para ella ni razón superior, ni fundamento ontológico, ni justificación universalmente válida. El observador observa, ve algo, y afirma o niega su existencia y hace lo que hace. Lo que existe independientemente de él es necesariamente una cuestión de fe, no del conocimiento seguro, por que siempre tiene que haber alguien que ve algo.

Pörksen: Me siento algo incómodo al pensar en su aforismo clave. Un supuesto como ése tiene algo tan categórico e irrefutable… Por supuesto que todo lo dicho es dicho por un observador, eso es de perogrullo. Uno no puede evitar aceptar esta evidencia, parece inevitable, y es por eso que me cuestiono bajo qué circunstancias sería posible refutar esta frase.

Maturana: Dios serla el único que podría hacerlo. Dios estarla en condiciones de hablar de todo sin estar viéndolo, por que El es todo. Pero nosotros no tenemos esa capacidad de Dios ya que inevitablemente tenemos que operar como seres humanos. Simplemente no es posible decir algo sin que haya una persona que lo dice.

Pörksen: Parafraseando a Protágoras, eso significaría que el observador es la medida de todas las cosas.

Maturana: Y quiero subrayar aún más esta declaración: el observador es la fuente de todo. Sin él no hay nada. Es el fundamento del conocer, es la base de cualquier hipótesis acerca de sí mismo, el mundo y el cosmos. Su desaparición serla el fin y la desaparición del mundo que conocemos; ya no quedaría nadie que podría percibir, hablar, describir y explicar.

Humberto Maturana