CHANGEUX, Jean-Pierre & RICOEUR Paul. Lo que nos hace pensar. La naturaleza y la regla. Tr. Maria del Mar Duro. Barcelona: Ediciones Península Barcelona, 1999, p. 20-23

Paul Ricoeur — Permítame volver al modo en que usted plantea el problema de las relaciones entre la naturaleza y la norma. Estoy de acuerdo en que es acerca de esa dificultad fundamental, bien formulada por Hume, que habremos de debatir. Pero no podemos, a mi juicio, comenzar por ahí sin habernos pronunciado antes sobre la condición de las ciencias neuronales en tanto que ciencias. Y, en mi caso, no puedo evitar determinarme con respecto al problema legado por la más antigua tradición filosófica, de Platón a Descartes, de Spinoza y Leibniz a Bergson, acerca de la unión del alma y del cuerpo. El antagonismo se sitúa en el plano de las entidades últimas, irreductibles, primitivas (o como se las quiera llamar), constitutivas de eso que los filósofos analíticos se complacen en llamar el mobiliario del mundo. Dicho nivel es el de la ontología fundamental. En la época de Descartes y de los cartesianos — Malebranche, Spinoza, Leibniz — , creían aún que podían aprehender la realidad última en términos de substancia, es decir, de algo que existe en sí y por sí. Y se preguntaban si el hombre está compuesto de una o de dos substancias, en función de la idea que se hacían de la substancia. De esas grandes querellas, sustentadas con un aparato argumentativo considerable, no subsisten en nuestros días sino formas híbridas y esquemáticas, denominadas, por ejemplo, paralelismo psicosomático, interaccionismo, reduccionismo, etc. Sólo a costa de una simplificación abusiva, se acaba por oponer masivamente dualismo espiritualista y monismo materialista.

Yo no me situaría en el ámbito de esta ontología, cuyas bases se vieron sacudidas por Kant en la Dialéctica trascendental de la primera Crítica. Por una parte me instalaría, prudente pero firmemente, en el plano de una semántica de los discursos sobre el cuerpo y el cerebro, y por otra en lo que llamaría, para abreviar, lo mental, con las reservas que me dispensan las filosofías reflexiva, fenomenológica y hermenéutica.

[20] Mi tesis inicial es que los discursos sostenidos en uno y otro ámbito proceden de dos perspectivas heterogéneas, es decir, no reductibles la una a la otra ni derivables una de otra. En un discurso se trata de neuronas, de conexiones neuronales, de un sistema neuronal, en el otro se habla de conocimiento, de acción, de sentimiento, es decir, de actos o de estados caracterizados por intenciones, motivaciones, valores. Combatiré, pues, lo que denomino desde ahora una amalgama semántica, y que veo resumida en la fórmula, digna de un oxímoron: «El cerebro piensa».

Jean-Pierre Changeux — Yo evito emplear tales fórmulas.

p. r. — En mi caso, parto de un dualismo semántico que expresa una dualidad de perspectivas. Lo que inclina a pasar gradualmente de un dualismo de los discursos a un dualismo de las substancias es que cada dominio de estudio tiende a definirse respecto a lo que podemos denominar un referente último, es decir, alguna cosa a la que remitirse finalmente en ese dominio. Pero ese referente sólo es último en ese dominio y se define al mismo tiempo que éste. Debemos, pues, evitar transformar un dualismo de referentes en un dualismo de substancias. El rechazo de esta extrapolación de lo semántico a lo ontológico tiene como consecuencia que, en el plano fenomenológico donde yo me mantengo, el término mental no se equipara al término inmaterial, es decir, no corporal. Muy al contrario. Lo mental vivido implica lo corporal, pero en un sentido del término cuerpo irreductible al cuerpo objetivo tal como se conoce en las ciencias objetivas. Al cuerpo-objeto se opone semánticamente el cuerpo vivido, el cuerpo propio, mi cuerpo (desde el que hablo), tu cuerpo (a ti a quien me dirijo), su cuerpo (a él o a ella, a quienes cuento la historia). Así pues, el cuerpo figura dos veces en el discurso, como cuerpo-objeto y como cuerpo-sujeto o, mejor, cuerpo propio. Prefiero la expresión cuerpo propio a cuerpo-sujeto, pues el cuerpo es también el de los otros y no solamente el mío. Por lo tanto: cuerpo como parte del mundo, y cuerpo desde donde yo (tú, él, ella) aprehendo el mundo para orientarme y vivir en él. Me siento en esto muy próximo al filósofo inglés Strawson en su obra Individuos,1 donde muestra cómo podemos aplicar dos series de predicados heterogéneos al mismo hombre, ya sea considerándolo como objeto de observación y de explicación, ya en esa relación que está señalada en [22] nuestra lengua por pronombres posesivos como «el mío», que forman parte de esa lista de expresiones que los lingüistas llaman «deícticas», los demostrativos si lo prefiere: aquí, allá, ahora, ayer, hoy, etc. El deíctico que aquí nos interesa es «el mío», mi cuerpo. Mi hipótesis inicial — que someto a su discusión — es, pues, que no veo transición posible de un orden de discurso al otro: o bien hablo de neuronas, etc., y estoy en un cierto lenguaje, o bien hablo de ideas, de acciones, de sentimientos y los remito a mi cuerpo con el que mantengo una relación de posesión, de pertenencia. Así puedo decir que mis manos, mis pies, etc. son mis órganos en el sentido de que camino con mis pies o cojo las cosas con mis manos; pero eso remite a lo vivido y no es preciso encerrarme en una ontología del alma para hablar así. Al contrario, cuando me dicen que tengo un cerebro, ninguna experiencia viva, ninguna vivencia corresponde a eso, lo aprendo en los libros, salvo…

j.-p. c. — Salvo cuando le duele la cabeza o una lesión cerebral, debida por ejemplo a un accidente, le priva de la palabra o de la capacidad de leer y de escribir.

p. r. — Volveremos después sobre la naturaleza de la instrucción que la observación clínica aporta a la conducta de la vida, además del recurso a los cuidados, como es la adaptación de las conductas a un entorno «reducido», según el término de Kurt Goldstein.2 De momento, permanezcamos en el plano epistemológico. Uno de los puntos críticos que, a primera vista, es simplemente lingüístico, pero que va en realidad mucho más lejos que la lingüística, es que no hay paralelismo entre las dos frases: «cojo con las manos» y «pienso con mi cerebro». Todo cuanto sé sobre mi cerebro es de un cierto orden, pero — ése será mi problema con usted — ¿acaso los conocimientos nuevos que tenemos sobre el córtex amplían lo que ya sé sobre la práctica del cuerpo y, en particular, lo que sé de las emociones, las percepciones, de todo lo que es realmente psico-orgánico y va unido precisamente a esa posesión de mi cuerpo? Sólo hay un cuerpo que sea mi cuerpo, mientras que todos los demás cuerpos están frente a mí.


p. r. — No solamente hay que poner en relación lo anatómico y el comportamiento, puesto que ambos se sitúan del lado del conocimiento objetivo, sino también por una parte el comportamiento observado y descrito científicamente, y por otra lo vivido mismo de manera significativa y en términos de lo que Canguilhem denomina «valores vitales». En ese nivel es donde la dualidad de los discursos constituye un problema.


  1. P. F. Strawson, Individuals, Londres, 1959, trad. fr. Les Individus, París, Seuil, 1973 (hay trad. cast.: Individuos, Madrid, Taurus, 1989). 

  2. K. Goldstein, Der Aufbau der Organismus, 1934, trad. fr. La Structure de l’organisme, Paris, Gallimard, 1951. 

Paul Ricoeur