CHANGEUX, Jean-Pierre & RICOEUR Paul. Lo que nos hace pensar. La naturaleza y la regla. Tr. Maria del Mar Duro. Barcelona: Ediciones Península Barcelona, 1999, p. 31-32
Paul Ricoeur — […] Ese dualismo [semántico], que comienza en el plano estrictamente corporal, se propaga a lo largo de la línea de división entre la vivencia y todas las modalidades de objetivación de la experiencia humana integral. Se extiende hasta los niveles de aquellos fenómenos mentales para los que el conocimiento del cerebro no parece pertinente, como son las actividades cognitivas de alto nivel lingüístico y lógico. Pienso aquí en todas las funciones que interesan a quienes se denominan, en el ámbito filosófico de lengua inglesa, philosophy of mind, y de las que tratan las ciencias cognitivas (creencias, deseos, voliciones expresadas en términos de «actitudes proposicionales»: creo que, deseo que, decido que, etc.). Pero debo decir, por mi parte, que un dualismo semántico aún más sutil asoma entre las vivencias organizadas en un nivel prelingüístico y las formas objetivas formalizadas, a veces incluso computadas, de algo mental de dudoso contenido «material». No creo exagerado decir que la distancia semántica es tan grande entre las ciencias cognitivas y la filosofía como entre las ciencias neuronales y la filosofía. Esa distancia entre vivencia fenomenológica y dato objetivo recorre toda la línea de división entre las dos aproximaciones al fenómeno humano.
Pero ese dualismo semántico, en el que se expresa un verdadero ascetismo del pensamiento reflexivo, no puede ser más que una posición de partida. La experiencia múltiple, amplia y completa está compuesta de tal modo que ambos discursos no dejan de ser correlativos en numerosos puntos de intersección. En cierto modo — pero que yo ignoro — , el mismo cuerpo es vivido y conocido. El mismo mind es vivido y conocido; el mismo hombre es «mental» y «corporal». De esta identidad ontológica derivaría un tercer discurso que sobrepasaría a la filosofía fenomenológica y a la ciencia. En mi [32] opinión sería bien el discurso poético de la creación en el sentido bíblico, bien el discurso especulativo culminado en Spinoza: el discurso de la unidad de la substancia, más allá de la articulación de los dos atributos del pensamiento y la extensión. Descartes entrevio esa clase de discurso sin ser capaz de articularlo; Spinoza consiguió formularlo. Puede leerse a propósito la sexta Meditación de Descartes, su Tratado de las pasiones y las Cartas a Elisabeth. En su sistema, inacabado, sería el discurso que algunos comentaristas de Descartes han denominado «la tercera substancia», a saber «el hombre». Pues bien, el dualismo semántico del que parto requiere una referencia comparable si no a esta eventual tercera substancia (y, más allá de ella, al discurso unitario de la substancia spinozista), por lo menos al hombre a secas. Pero no niego que profeso, en tanto que filósofo, un fundado agnosticismo sobre la posibilidad de constituir ese discurso donde yo vería la unidad profunda de lo que me parece ora un sistema neuronal ora una vivencia mental. En último término, son dos discursos sobre el cuerpo.