AGAZZI, Evandro. El bien, el mal y la ciencia. Las dimensiones éticas de la empresa científico-tecnológica. Tr. Ramón Queraltó. Madrid: Tecnos, 1996

Una distinción razonable y bastante obvia entre ciencia y técnica se puede introducir sobre la base de sus diferentes funciones específicas-, la función específica y primaria de la ciencia es la adquisición del conocimiento, mientras la de la técnica es la realización de ciertos procedimientos o productos. La primera meta de la ciencia es la de conocer algo, la meta de la técnica es hacer algo. La ciencia es esencialmente una búsqueda de la verdad, la técnica consiste esencialmente en la ejecución de algo útil. Esto no disminuye para nada la importancia de las muy estrechas relaciones que existen entre ciencia y técnica, las cuales -como ya se ha recordado- son recíprocas: por una parte, la ciencia en general, y la ciencia contemporánea en particular, no pueden perseguir sus metas sin confiarse al uso de la técnica; y por otra parte, la tecnología moderna puede ser vista como una hábil aplicación de los descubrimientos científicos. Con todo, este entrelazamiento no significa identidad, precisamente por la diferencia de funcionalidad específica que no llega a eliminar, diferencia que incluso puede reconocerse y admitirse sin anticipar la pretensión de señalar un presunto objetivo o fin de la ciencia o de la técnica globalmente entendidas. De hecho es claro que un objetivo o fin se puede atribuir correctamente a actividades intencionales, y, como se ha hecho notar en el curso de la discusión sobre la neutralidad de la ciencia -que también por ello ha constituido un preliminar necesario al desarrollo de nuestras reflexiones-, la actividad de quien «hace ciencia», ya sea que se trate de un individuo o de una colectividad, puede ser inspirada, y lo está de hecho, por la consecución de fines muy heterogéneos. He aquí por qué no se puede hablar del fin de la ciencia. No obstante, esto no quita que si se persiguen ciertos fines a través de la ciencia, y sin recurrir a actividades de otro tipo, éstos deban atravesar específicamente el camino de la investigación del conocimiento objetivo, riguroso y fiable.

El problema de las relaciones entre ciencia y técnica se encuentra ya oscurecido en la famosa cuestión de si la especificidad del hombre debe expresarse según las características del homo sapiens o las del homo faber. Cada una de las dos posiciones ha tenido sus abogados defensores, muy elocuentes en general y también bastante convincentes (de los cuales ciertamente no repetiremos ni resumiremos aquí sus sutiles argumentaciones), pero el núcleo de la cuestión consiste en el hecho de que no se trata de ver si el hombre debe ser caracterizado como faber mejor que como sapiens (o como loquens, o como cualquier otra cosa que se convierta en pasajero estimado de la moda), desde el momento en que él es una cosa y la otra, aún más, es faber en cuanto es sapiens, y viceversa. De hecho, si su ser faber significa sustancialmente una capacidad propia de operar consciente, intencional, proyectivo y creativo, esto quiere decir que se trata de un operar que puede apoyarse sobre la capacidad de conocer, pensar, abstraer, y modelizar según determinados tipos y niveles. Viceversa, el hombre puede ensanchar enormemente su conocer más allá de la pura constatación perceptiva proporcionada por los sentidos, no sólo porque dispone de la capacidad de abstraer e instituir correlaciones lógicas (o sea, porque es sapiens), sino también porque puede fabricarse instrumentos para aumentar, por así decir, la potencia de sus sentidos, porque puede realizar artefactos que le sugieren modelos interpretativos de la realidad, o porque puede someter a verificación operativa sus hipótesis teóricas sobre la estructura de la realidad, construyendo las oportunas situaciones artificiales.

Llegados a este punto podemos señalar a la ciencia como a una de las expresiones más típicas y avanzadas del carácter por el cual el hombre es sapiens, y la técnica como análoga expresión del carácter por el que es faber, con lo que habremos establecido los presupuestos para distinguirlas sin separarlas. De hecho no se podrá afirmar que la ciencia «conoce» y la técnica «opera», del mismo modo que no se puede decir que el cerebro razona o el estómago digiere. En realidad es el hombre (tomado aquí ciertamente en sentido colectivo de humanidad) el que conoce a través de la ciencia y opera, construyendo, a través de la técnica, valiéndose de sus conocimientos en el propio operar y utilizando instrumentos y artefactos para conocer mejor.

Evandro Agazzi